Auge del petróleo

A medida que la civilización fue extendiéndose a otros lugares, el fuego se convirtió en un artículo de primera necesidad. Las ciudades crecían sin cesar, lo mismo que el número de sus habitantes. El fuego se usaba para calentar las casas, preparar los alimentos y fabricar objetos de metal, cerámica y vidrio a partir del hierro, la arcilla y la arena respectivamente.

El combustible más utilizado era la madera. Mucho más tarde, en el siglo XVII, se extendió el empleo del carbón (El carbón es una sustancia sólida de color negro, compuesta casi en su totalidad por átomos de carbono procedentes de bosques sepultados hace cientos de millones de años, pero ésta es otra historia).
El fuego era asimismo necesario para alumbrar. En muchos países de Europa, durante los largos meses de invierno no hay luz natural durante 15 o 16 horas al día. Como, por regla general, nadie duerme tanto y la gente quiere hacer algo más que estar sentada en la oscuridad, necesita el fuego para tener luz. Pero, además, quiere tenerlo allí donde pueda necesitarlo y no solamente en el hogar.

Lógicamente, las hogueras no pueden transportarse de un lugar a otro, pero sí las antorchas. Una antorcha es simplemente un palo de madera con un extremo impregnado en aceite. Otra posibilidad es utilizar velas hechas de grasa animal o de cera, o lámparas de aceite.

El crecimiento de las ciudades hizo que cada vez se necesitaran más luces, sobre todo cuando se comprobó que la única manera de garantizar la seguridad de las calles era mantenerlas iluminadas durante la noche.
¿Dónde podía obtenerse la grasa y el aceite necesarios para alimentar tantas lámparas, antorchas y velas?

En los siglos XVII y XVIII proliferó de manera espectacular la caza de la ballena. Éste es un animal de sangre caliente y bajo su piel posee una gruesa capa de grasa que la protege de las frías aguas polares. De esa grasa se obtenían ingentes cantidades de «aceite de ballena», que se utilizaba fundamentalmente para el alumbrado.

Las ballenas comenzaron a escasear y algunas especies se extinguieron para siempre. Los barcos viajaban a lugares cada vez más lejanos, incluido el océano Antártico, y poco a poco fue haciéndose evidente que el aceite de ballena no era la solución idónea.

¿Qué pasaba mientras tanto con el carbón? Al parecer, se trataba de un material inagotable. Además ardía sin llamas; en lugar de éstas, desprendía unos vapores, llamados «gas de carbón», que podían inflamarse a voluntad. Este gas reunía otras ventajas muy importantes: podía recogerse, almacenarse y transportarse a través de tuberías hasta el lugar que se deseaba alumbrar, donde salía por una pequeña espita. Cuando se necesitaba luz, se abría la espita y se prendía fuego al gas, que ardía con una llama amarillenta. Las lámparas de gas se convirtieron así en una especie de «fuego eterno».

El primero en aprovechar estas propiedades del carbón fue el inventor escocés William Murdoch, propietario de una fábrica de máquinas de vapor. En 1803 iluminó las naves con lámparas de gas. En 1807, algunas calles de Londres adoptaron este sistema de alumbrado. Su uso se extendió definitivamente a lo largo del siglo XIX.

Además de gas, del carbón en combustión se desprendía también una sustancia parecida al asfalto que se denominó «alquitrán de carbón». Calentándola en condiciones apropiadas, esta sustancia destilaba un líquido de color claro.
Este líquido es en realidad una mezcla de hidrocarburos. Los que tenían una cadena más corta se evaporaban con suma facilidad, y como no servían para el alumbrado por el riesgo de explosión que entrañaban, se desecharon desde el primer momento. Los expertos centraron su atención en las moléculas más grandes (pero que no llegaban a ser líquidos). Dichas moléculas se evaporaban más lentamente y ardían muy bien en las lámparas.

Este nuevo producto se llamó «aceite de carbón».

Hay un tipo de rocas conocidas por esquistos, cuyos poros contienen también hidrocarburos. Su nombre exacto es «esquistos bituminosos», y de ellos se obtienen una sustancia más bien sólida y suave, similar a la cera, que bajo el efecto del calor destila un líquido amarillento, útil también para el alumbrado. Por su aspecto ceroso se denominó «queroseno», derivado de la palabra griega con que se designaba la cera.

Hacia 1850 se extendió definitivamente en Europa y América el uso del aceite de carbón o del queroseno (llamado también «aceite de parafina») para el alumbrado.
En 1859 un revisor de ferrocarril del Estado de Nueva York tuvo una idea mucho mejor.

Su nombre era Edwin Laurentine Drake, y cuando realizó su descubrimiento tenía 40 años. Drake se preguntaba si no habría una forma más sencilla de obtener combustible para las lámparas. Tanto el carbón como los esquistos eran materiales sólidos que había que extraer y transportar de un lado a otro para, a continuación, someterlos a diversos tratamientos.

¿No sería más fácil utilizar directamente un líquido? Las sustancias líquidas se manejaban con mucha más comodidad que las sólidas y, lógicamente, el proceso de transformación del combustible resultaría mucho más barato.

Drake tenía incluso una idea aproximada de cuál podría ser ese líquido, pues no en vano había invertido sus ahorros en Pennsylvania Rock Oil Company, una empresa que se dedicaba a extraer petróleo de unos yacimientos superficiales próximos a la localidad de Titusville (Pennsylvania). Esta población se encuentra en el noroeste de dicho Estado, a unos 145 Km. al norte de Pittsburgh.

La compañía utilizaba el petróleo para elaborar medicamentos y con lo que extraía de los yacimientos tenía suficiente. Para alimentar todas las lámparas del mundo se precisaban, sin embargo, cantidades mucho mayores. Todo parecía indicar que debajo de la corteza terrestre existían depósitos muy importantes.

Se solían excavar pozos para obtener agua potable. Si se ahondaba aún más, en lugar de agua dulce se extraía agua muy salada que, entre otros usos, se utilizaba a modo de «salmuera» para conservar los alimentos.

En ocasiones, este agua salada salía mezclada con petróleo. Hay relatos donde se narra que esto sucedía ya en China y Birmania hace 2.000 años. Cuando de un pozo de salmuera salían gases de este tipo, los antiguos chinos les prendían fuego. El agua se evaporaba por el calor y obtenían así sal sólida.

Drake conocía todos estos datos y estudió detenidamente los métodos de perforación que se utilizaban para extraer salmuera. Uno de ellos consistía en sujetar un gigantesco cincel del extremo de un cable y, mediante un movimiento de vaivén, golpear la roca hasta quebrarla. Cada cierto tiempo se retiraban los fragmentos y se continuaba ahondando.

Con este sistema, Drake excavó un pozo de 21 m en Titusville, del que el 28 de agosto de 1859 manó, por fin, petróleo.

De este modo se comprobó que el preciado líquido negro podía bombearse a la superficie desde las entrañas de la tierra, lo que unido a las filtraciones satisfaría cualquier demanda, por muy grande que fuera. Así pues, Drake perforó el primer «pozo de petróleo».

Tras este éxito inicial, cientos de personas se trasladaron a la zona y comenzaron a excavar pozos. La región nordoccidental de Pennsylvania se convirtió en el primer campo petrolífero del mundo y en sus alrededores surgieron numerosos pueblos y ciudades. Drake no patentó su sistema y, como tampoco era un hombre de negocios avispado, no se hizo rico. Murió en 1880 sumido en la pobreza.
La fiebre del oro negro se extendió a otros lugares del mundo, pues enseguida se comprobó que podía existir petróleo incluso en zonas donde no había filtraciones que revelaran su presencia.

El petróleo, que se concentra bajo tierra, a grandes profundidades, impregna poco a poco los poros de las rocas sedimentarias, pero no siempre alcanza la superficie. En ocasiones choca con una capa de rocas impermeables que le impiden el ascenso y queda atrapado bajo ella en una especie de bolsa.

Para sacarlo a la superficie es, por tanto, necesario perforar las rocas impermeables. A menudo, el petróleo esta sometido además a una presión muy fuerte ejercida por el agua que tiene debajo. Cuando el taladro perfora la roca sólida, el petróleo sale como un surtidor.

¿Cómo puede saberse si debajo de una capa impermeable existen rocas porosas impregnadas de petróleo? Para tratar de salvar este escollo, los expertos estudian minuciosamente las formaciones rocosas de la corteza terrestre y examinan las probabilidades de que en un lugar determinado existan acumulaciones subterráneas de petróleo.

A pesar de ello, el único método infalible es perforar un pozo. Si no se tiene éxito, se dice que está «seco». En caso contrario, es decir, si se encuentra petróleo, las perforaciones se extienden a las zonas próximas.

Con el paso de los años se han ido mejorando los métodos de perforación. Hoy día se utiliza fundamentalmente una herramienta de metal llamada «trépano», que, al girar, va excavando el pozo. Este procedimiento rotatorio es mucho más eficaz que el sistema tradicional de percusión. El agujero que abre el trépano se llena de una especie de barro que arrastra fragmentos de roca y evita que el petróleo mane a chorros cuando se llega a él (En los pozos tipo surtidor se desperdicia gran cantidad de petróleo).

En la actualidad hay más de 600.000 pozos que extraen petróleo en todo el mundo... y todo comenzó con el que Drake perforó en 1859.

Las aplicaciones del petróleo son múltiples, para aprovechar mejor los diversos elementos que lo componen, se somete a un proceso de «refino», que consiste fundamentalmente en separar las fracciones de hidrocarburos. El método más eficaz es la «destilación»: el petróleo se calienta hasta el punto de ebullición, y a continuación se recogen y separan los distintos tipos de moléculas, empezando por las más pequeñas.

Los hidrocarburos más pesados, esto es, los que tienen las moléculas más grandes, son sólidos blandos y se utilizan para pavimentos. Los de moléculas de tamaño medio
se usan como aceite lubricante para maquinaria, y las más pequeñas componen el «gas
natural», cuyas aplicaciones son asimismo muy numerosas. Cuando comenzó la explotación industrial del petróleo, el producto más importante
eran los hidrocarburos de moléculas de tamaño medio, pues de ellos se obtenía el
queroseno para el alumbrado. Durante algunas décadas, las lámparas de queroseno se
alimentaron con el combustible obtenido del petróleo. Había también otras fracciones cuyas moléculas eran mayores que las del gas natural pero más pequeñas que las del queroseno. Estos hidrocarburos líquidos se evaporaban con suma rapidez, por lo que no resultaban adecuados para el alumbrado, pues, además, desprendían gran cantidad de vapores, con el consiguiente riesgo de explosión. Como aparentemente no tenían ninguna utilidad industrial o doméstica, solían quemarse.

Durante algún tiempo pareció que el petróleo iba a quedar anticuado con la misma rapidez con que se había puesto de moda. En 1879, el inventor norteamericano Thomas Alva Edison descubrió la luz eléctrica. La electricidad daba una luz mucho más estable que las lámparas de gas o de queroseno y, lo que era más importante todavía, no ardía con llamas, lo que evitaba el peligro de incendio de los otros productos.

El uso de la luz eléctrica se extendió con suma rapidez, sustituyendo por completo a las lámparas de gas y queroseno. ¿Para qué se emplearía ahora el petróleo? ¿Habría que cerrar los pozos?


Tomado de:
El Origen del Petroleo
FERNANDO MELÉNDEZ HEVIA
Prof. Encargado Geología del Petróleo.

1.- La formación del petróleo
2.- Usos primitivos del petróleo
4.- La creciente importancia del petróleo
5.- El futuro del petróleo


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